martes, 19 de septiembre de 2017

Alma de niño


     Sí, había sido joven una vez, y no un joven común; había soñado con grandes ilusiones, había exigido mucho de la vida, y de sí mismo. 

     Aquel joven que se perdía esperando una mirada divina, aquel joven que se obligaba a ser fuerte, como todos hacían, también tenía una historia que contar.  Aprendía de la vida con cada día, aunque un gran túnel dividía su Mundo profundo del común de las calles y caretas.

     Se paraba frente a todos esperando respuesta, vivía con aceptación su propia debilidad. Entendía que el techo seguía lloviendo y en el ático, la oscuridad enmudecida quería ser verdad. Así que plantaba los pies en la Tierra y seguía, una y otra vez.

    Con la mirada fija y la voz alzada, entonaba en un tono grave -me quedo hasta que se vuelvan fuertes, veo la realidad y me veo a mi mismo. La naturaleza, el tiempo y el instante.-  No quería ser duro; recordaba aquel cuarto oscuro y su sangre hervía, la mirada se volvía hacia dentro y dejaba de sentir, a veces simplemente miraba al techo, y dejaba que ese sentimiento lo inundará hasta los confines.

     Un sueño es tibio. Con el tiempo, aprendió a vivir de otra forma, y a parecer común, a sonreír y a mirar. Tal vez era azul, el invierno sigue luciendo como si todo se llevara. La bromas también eran una forma de parecer real, y las risas llenaban grandes sacos de trigo. Era un joven de verdad, a veces salía, tratando de llenar su mente de ilusiones vibrantes. Y porque todo se va volviendo lodoso, algún día su rostro será de arena.

     Se estaba acostumbrando a estar sólo, todo lo que era importante para él, lo enterró bajo un árbol, oscureciendo su rostro. En este mundo inestable, lleno de vueltas y vueltas, incluso si aquello lo matara, era un paraíso optimista.

     Sufrió una metamorfosis, menguando una parte; tarde o temprano su rostro se convertiría en arena. Los ojos grises, la voz seca  -háceme no ser transparente- . A pesar de lo oscuro de su camino, sería capaz de averiguar, siguiendo el hilo de sus memorias; el hechicero que se convirtiere en un niño.  Entonces sería capaz de caminar hacia donde fuera para siempre.

    Con el amanecer del Sol, nació un niño, con la mirada de Tormenta. Aquellos eran los últimos días del Sol naciente, los grandes cambios venían desde atrás, el último momento para recoger flores. El corazón del aquel niño era más azul que el Mar, y con el tiempo fue convirtiendo todos esos recuerdos en historias y cuentos. Aquel niño nunca diría un palabra sobre aquel mundo, tan sólo lo haría real.

    El joven de oro con los ojos sellados, aprendió de la capacidad de vivir, estando separado por una gran distancia, vivía en el mismo Mundo, el mismo Mundo. Al igual que el Mar y el Cielo. Se aferro a las nubes, para siempre volver.  Incluso en el sueño, con una figura polvorienta tras la gran escena de la vida, sabía esperar.
Aquel joven, siempre estuvo vigilante, incluso sobre el tiempo más frágil, incluso fue capaz de existir ante todo. Se preguntaba de vez en cuando, que era lo que cargaba, o lo que simplemente, no pudo cargar. Siempre pudo cuestionarse, sin importar cuantas veces; golpeándose frente a la gran puerta. Era simplemente eso, sentir.

   Incluso ahora, el joven mira las estrellas y ríe también. Mira sus manos inmensas en un Mundo pequeño,         -está bien si estos momentos pudieran seguir-. 







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