domingo, 5 de mayo de 2019

Respirar

Me acerqué con cuidado, porque no te había oído bien nunca; al Mundo lo veía volcarse y mientras ella avanzaba en el candor de su vida, le habríamos el camino con cantos para que supiera lo que había sembrado sobre nosotros. La reconocí, hablando como hablan los tigres o los lobos. De pronto el presente se volvió inmenso, y pensaba que para mí el Mundo se había parado de Golpe, a plantarme cara como lo haría quien no halla cobijo en vivir.

Ya no se trata de nosotros, el Mundo se ha vestido de oro, lleva las manos desatadas
entre tanta risa y tanto por decir, la vida se ha vuelto poderosa y te acompaña,
tres veces fue necesario avanzar. y siendo tanto no nos podíamos mirar.

Acomodarse en un árbol y esperar al Sol, sus últimos rayos para aliviar el templo
tú que sientes como vivo, y viste al Mundo con ojos serenos, ante todo te escribo, siempre
una carta para recordarte pura, plena, y llena de abismos sin resolver porque te encontré,
y ante mis ojos todo era posible, todo era necesario, hasta quedarse delirando las noches eternas.

Esto si quiero decirte, que siempre vuelvo en el tiempo y viajo y corro para decirte cosas al oído,
y cuando juego, voy en serio, y cuando siento la dicha de vivir, es porque estabas viéndolo todo,
y pude comprobarlo cuando enraíce la mirada muy ondo, muy fuerte sobre lo que llevabas dentro.

La paciencia te la pido siempre, a ti y a todas tus formas, riéndome porque parecía ilusorio que fuera cierto, ante la dificultad de la herida situación. Ahora si alzo vuelo:

A los ángeles lo trato como quiero, los observo de lejos un buen tiempo,
desde la misma altura sin poder volver nos dedicábamos largas horas,
los cabellos frágiles y la desnudez del alma nos proponían tardes cálidas
y a las orillas de un río de plata entre las nubes se respiraba.

Los días eran tan largos como interminables, se nos olvidaba siempre el mensaje
porque nos quedábamos pasmados entre flores y el vaivén luminoso que nos inspiraba,
a la música si que la sentía viva, como olvidar que la llevabas dentro, con el ritmo al viento,
te daré mis alas, para alivianarte la Tierra, te daré el suspiro cada mañana, la nueva vida.

Y sin comprender como los niños se volvían Dioses, las alas brotaron y un Sol dentro
quisieron esperar al invierno cuando la lluvia fuese suficiente para mostrar su amplitud,
cuando la tormenta se lo llevara todo y quedara la divinidad misma encarnada ante ti,
que te quede una marca para siempre en la que guardes tesoros hechos a mano.

La palabras justas son para dártelas en cada momento y eternamente, son para ti, nada más
una manera compleja, más pequeña, más sutil, y el rostro pintado de amarillo,
¡se ha muerto!, ¡se ha muerto!, y aquel cuerpo se ha levantado; el Mundo como voluntad,
la serpiente se ha volteado a mirarme, yo descanso en su regazo tibio, arrastrando la Tierra.

En el vientre el fuego, los brazos levantados, el rostro empapado de verdad;
los ángeles han pedido que se detenga el tiempo, tú sientes como el agua, sana
me cuesta traerlos para que te hablen a ti, distraídos siempre pensando en el cielo,
en la Tierra crecemos, nos aproximamos a una forma de nacer, sin nombre.

Hoy los árboles más viejos comienzan a caminar hacia ti, en la Tierra te observan,
los mil mundos han llegado y siempre ocultando una parte donde te sentías tú,
lo demás era necesario como el fuego que aparece llevándose todo,
algunos nacemos con una piel de menos.




Tú sabes todo lo necesario para hacer en el Mundo estallar la más grata historia, de bosques profundos, de castillos derrumbados y el Sol callendo lento desde el cielo, la Luna mirando cautelosa y las estrellas cada una riendo tan fuerte que la noche te emocionaba hasta volverte uno con todo. También pudiste hablar con tú propia historia, esto se lo contaste al Mar cuando corrías por las orillas descalza, cantando como niña; las historias desde afuera del jardín donde jugábamos no se podían escuchar bien, sino muy lejos de su centro luminoso, porque no se acordaban nunca, de quienes fueron al bosque y se perdieron entre árboles inmensos, las viejecillas también  me miraban cómplices, algunas lo recordaban todo. No me reconozco sino contigo.


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