lunes, 28 de mayo de 2018

Sobre el campo de granadas

Vieron aquella explosión en el cielo que parecía venir de lejos.
Cuando eramos pequeños nunca diferenciamos bien la realidad.
Como aquella Guerra cuando siendo niña junto a mi hermano menor, cubríamos nuestros cuerpos entre los muertos.
Hasta que pudieron arrancar sin ser vistos, de su infancia.

Los veía con sus espinas a flor de piel. Mis espinas se esparcían en silencio.
Creciendo con mi gran máscara curtida.

La falsa sensibilidad, la cólera, el cansancio, la soledad.
Paraísos artificiales, la modestia poco grata, ángeles.
Mi ideal es más efímero, y absoluto.

No busco vencerte ya, no significa para mí ningún triunfo perenne.
Me olvidé de mí cuando quise  arrojar la primera piedra.
A veces escribo como se camina por la plaza o se bebe un vaso de agua.
Leímos todos los libros y los niños siguen llorando dentro mio.

Los agarré a todos y los encerré en un cuarto. Quisieron golpearme para escapar pero yo era más duro que todos ellos. Unos chillaban, otros se mordían entre ellos. Pequeños rostros, endurescanse, pero excedan en sensibilidad. Uno se acerco por la rendija de mi puerta, él nunca había dicho nada, mencionando unas palabras, y su mirada dura:

Aquella noche, en que tus ojos estaban tristes, y creías que encontrarías un Mundo haya afuera, lejos de tú hogar, lejos de tú infancia, donde sólo aprendiste a ser duro contigo mismo. Esa noche estaba también tu rostro, siendo dulce, siendo niño. Quien no lo vio fueron todos, quien no creyó fueron todos. Aún así sobreviviste por nosotros y estamos aquí. Viviendo y comiendo de tú fruto prohibido, creaste un Mundo para nosotros, no te perdonaré, que nos dejes.

Me vi sobre aquel Mundo, parado descalzo y viejo. Aquello era un paraíso optimista.  En cuanto me pude ver; aquella niña, la de los ojos negros y cabellos oscuros, se acerco lentamente. Le temía, como los niños a lo desconocido. A ella nunca la dejaba salir, jugaba en un jardín seguro. Me miró con sus agudos ojillos afilados, y me contó una historia:

Aún creemos que este Mundo está hecho de Cristal, aún buscamos aquel paraíso perdido, yo vago tranquila en mi jardín seguro, pero he vivido tanto como tú, aún más. En este cuerpo de niña me he mantenido serena, mis manos aún son viejas y mis ojos extrañan la oscuridad absoluta. Mi padre era un viejo marino que recorría los grandes mares, y decía, que cuando uno gobierna el Mar, el Mundo es tres veces más grande, yo le creí. Aprendí de él y me quemé con el Sol, luego huí, hacia el abismo, dónde sólo encontré refugio en mí jardín. Mi Madre tejía aquel jardín con devoción, sus hilos eran de oro y plata, y sus agujas eran más afiladas que cualquiera.

  Aquella niña al hablar se hacía vieja, su rostro representaba un ser mayor, me sentí pequeño, me sentí débil, aquello era algo maravilloso, de su piel comenzaron a brotar flores, flores negras, que al instante de florecer marchitaban en tristes cenizas, yo la miraba con ansia, la miraba como a un ser que desprendía de sí toda su energía vital, y seguí escuchándola por horas:

Me sentía una pequeña parte del Mundo, muy pequeña para ser Real.

Al caer la noche, con las estrellas del firmamento, la oscuridad nos nubla e ilumina, escribimos los versos de nuestras entrañas, nos miramos a los ojos y reímos con grandes carcajadas de dolor:

Guarda tú corazón lejos de los ojos del Sol,
no anuncies tú llegado que ellos huyen con tan sólo verte.
Alzaré tú altar de polvo, la angustia brota eternamente.
Reza a tu Dios complaciente y Maligno.
Las calles de la ciudad son arterías de un Gran Mundo de Caos.

De niña te vimos nacer, te hiciste vieja. Aún retornas.
Con tus oscuros precipicios, no nos ocultes más.
el altar florecido de la Virgen de fuego.
Rompe tu rostro, tus rodillas, tus manos, no temas.

Pronto nos hundiremos en la sangre helada, entumecida.
Tropezando con el poeta, que llevaste dentro, negro.
Que bella y que triste, hasta el cielo se torna sucio.
Sin embargo, ya es tarde para querer volver.

Niña de ojos oscuros, eres tú, piadosa doncella de plata,
una idea, una forma, un ser,
robaste cuanto estuvo en tus manos, sobreviviste a las guerras,
encarnaste una realidad, que aún no sabes llevar, te abrumas, ¨¡llora! ¡llora!

Vierte tú sueño profundo, aún confundes la realidad,
no te gusta perderte entre tus imágenes, vírgenes y demonios.
No quiero sacar más.
Las palabras duelen.

Fin del Mundo.
Infancia robada.





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