viernes, 10 de agosto de 2018

Torcer el puño

Mira cada gota que resbala afanosa, sobre tu frente profana, una copa de vino a esta hora es la última pena del día. Vi nacer una luz, la más luminosa, la más creciente. Quiero romper el silencio que colma la vida única del alma, para verte decir con pocas palabras lo necesario. Allá donde ellos cantan y se regocijan, yo planto el árbol primordial. Soberana es la llamada que nos anuncia la llegada de un nuevo Sol naciente:

Viniste a creerte Dios, desprovisto de experiencia, despojado de lo necesario. Quiero permitir que esto haga cambios reales:


Locura desenfrenada, mil hombres intentando un Mundo,
te vi desde mi infancia dolorosa, llama del Amor,
quisiste ponerme nombre, y no quedé muda, sino ciega de tanto sentir,
y existe ese Dios que se ríe de nosotros, para plantar lucha sobre el abismo.

Desnudas, totalmente en su eclipse, te brotan espinas ahí donde llamabas dulzura,
los golpes se convertían por fin en dicha, aprovechando el rato, leímos para parecer algo,
disfrutaba más mirar la forma de los árboles, su tenue figura y lánguidos brazos,
los paseos ociosos, el sentimiento amplio, la exaltación del delirio,
el amante soberano sobre el gran lago de la vida.

Serás poeta, te exprimiré aquello que te nace de forma grata, vivir el delirio,
ayer no entendieron muchos, cuando en el portal de la puerta los llamaste por su nombre,
pensaron en el cuerpo iluminado y sus formas sensibles, cuando quisiste poseerlo todo,
y ahora te encuentras sabiendo, ponle fin al silencio agotador, te hallaste ante la forma pura,
no fallezcas antes de que florezca.

Algunas veces, volvemos de nuevo, siglos tras siglos, una gran herida en el pecho vacío,
con los rostros rectos, ninguna verdad  infringiendo el destino cruel:

No provoco la palabra ya, aquí cansada dejó algunas verdades que me inquietan, con pena escribo y desdicha, porque ayer callé tanto que todo lo vivido apenas era un puñado de verdades a medias. Ya no quiero que me lean cuando duele, cuando es una tremenda realidad que se te cuela dentro, y entre todos nos leemos las caras, porque si existe alguien que descubre al Mundo, es aquel que se mira en todos.

Sobre lo que no escribo, es demasiado decir, y lo real se me hace pequeño. Cuando de nuevo llegan aquellos rumores de qué quien se despertó no era él, sino tú, queriendo más. Te plantas de repente viéndolo claro, y escucharte diciendo tantas cosas. No debiste abrir los ojos cuando verlo era demasiado, la ansiedad se cuela, las manos tiritan, y el pecho arde como nunca.

Ahora me callo pensando en que decir, ellos no querían hablar sobre ésto, tampoco podían invocar el paciente estado de condena, pero aquí decimos alto, y ponemos un pie sobre la mesa, para gritar aquello innato y reírnos sobre nosotros. Si tuviera un corona y un trono, un reino entero a mis pies, el Dios tendría nombre y vida en nosotros, que lo habitamos, saldría de sus fauces profundas a ser profano, y en su inexperiencia tendría el valor de arrojarse sobre el Mundo, y llorar sobre el dolor derramado en su tumba, cada día, cada noche, vivir alzando la vista para sentir más, humanos.

No recordamos porque nos volvimos ciegos, testarudos, cobardes. Sobre el miedo hay una línea, que define a los rostros rectos, cuando la verdad es lo único que nos queda, y eres más fuerte estando expuesto. No me dijo nunca porqué venía de regreso, y menos conmigo, porque ya tanto tiempo nacíamos en el mismo huevo, que juntos absorbíamos la mayor parte sin saber, a veces, como llevarlo hasta el punto culmine, donde en verdad podíamos existir. Y lo observo sentado, a mi borde, y a todos los bordes, hablando demasiado, gritando aquello que esta dentro, soltando más, reprochando conductas y encestando golpes. No lo quise hasta que lo reconocí, desnudo, sucio, aniquilado. Ya lo veía yo y me enteraba de algo, más lejano que aquí, más ingrato.

Podría sacarlo de una vez, ese Amor afanoso por lo desconocido. Podría también romper las barreras y entrar de golpe a derramar el vino de la última cena. A ver si así podríamos mirarnos de frente y dejarnos un minuto para romper. No renuncio a escribir pero en sueños he visto más Mundos que aquí, he muerto tanto como he podido y he encontrado lugares escondidos dentro. Ayer rota.

Y siempre digo, si mañana, no hoy, hubiera un eclipse enceguecedor, inundara el Cielo entero,
dejándonos inútiles una vez más, y el Mar se alzara sobre nosotros, alto, inmenso, cubriendo una parte del Mundo; tendríamos miedo, a la muerte y a la virtud ajena. Aquellos vivieron poco, la vida era la hierva del jardín, nos consumíamos; y no corrieron, sino miraron al Cielo serenos para perecer entre tanta multitud perdida. Ellos no renunciaron al dolor, lo llevaban puesto de traje, y parecían tranquilos mientras sus consciencias sólo pesaban dentro, cuando miraban y el Mundo era más que el mañana.

No te poses en medio de mí jardín, yo sucumbo, y florezco,
también creo verte claro, el tiempo que llevas ahí, dime algo:

Es ingrato mirarte de lejos, y pensar, disculpa pero no puedo decirte esto,
como admirar el Sol o la vida que llevamos, el tiempo me tiene en todas partes,
me acerco, te admiro, las palabras se desvanecían, acá tanto, no es necesario.

Pero yo quisiera para ti un jardín, el más verde, sobre lo mágico de las cosas,
pensar en aves y que levantarán el vuelo, y el tiempo se detuviera por fin,
para hacernos reír eternamente, con el fuego y candor de tus ojos.

Amar es importante ahora, tú sabes pequeña a que me refiero, gastaste tantas palabras y aún,
contagias aquel Mundo que inventaste para nosotros; es difícil seguir aquí, de pie, ante la gran puerta de oro, pero sabemos por los grandes Maestros que ninguna respuesta sería necesaria para llevar acabo la hazaña de la vida, rompe lo que te hace fuerte, debilidad es la última palabra del día, sentir.






No hay comentarios:

Publicar un comentario