miércoles, 24 de agosto de 2022

Los ojos de las mariposas

Ya llevaba demasiado tiempo esperando que se abriera su última puerta, había aprendido a volar en los sueños, a saltar de un edificio a otro, a recordar ambos planos de la existencia y hasta viajar a otros tiempos en los que aprendía y conocía a seres con los que se vinculó profundamente algunas vidas atrás.

Ya llevaba un tiempo avanzando en ciertas cosas que compartía solamente con el mismo. Separaba su mente y se había acostumbrado a sortear los imprevistos de la era moderna. Sus amigos de la infancia lo llamaban capitán, pero en el nuevo mundo se hacía llamar Faye o confianza, para quienes sabían apreciarle. 

Más tarde comenzó a buscar nuevas respuestas, cuando se enteró fatalmente que hace ya un tiempo el torcido hacia de las suyas y seguía persiguiendole, con sus atroces voces detrás del oído izquierdo y sus calamidades que le hacían sentir el pecho apretado y un ardor en la garganta que le impedía hablar bien.

Para los demás, se veía como un chico taciturno e insimismado, a él le costaba conectar o al menos tener control sobre cómo los demás le veían, al ser criado en un jardín donde las relaciones como las conocen en el nuevo mundo son totalmente distintas, generaba un quiebre significante entre su forma de ser y los nuevos seres que le rodeaban. 

Salió sólo, sin miedo y con herramientas suficientes para enfrentarse a lo que hubiera que enfrentarse, aún así desde un comienzo tomó una decisión. Generalmente desde el jardín salían en grupos o parejas para fortalecer el vínculo, cómo es sabido, una oveja negra existe hasta en el lugar más recondito. Y capitán lo sentía así, no quiso arrastrar a nadie con sigo, y se haría cargo hasta el último momento de sus andanzas, luego cuando se encontrará con alguno de los nuestros, compartiría lo que debía compartir, ya que los informes eran obligatorias, pero al menos era sólo entregar sus recuerdos, y sus experiencias directas siempre serían de él.

Tenía una cosmovisión clara, sabía que debíamos encontrar a más de los nuestros pero que también eso sería un camino difícil. A él le gustaba pasar tiempo sólo, el bullicio era como un cardumen al que tendría que sumergirse por un bien mayor, pero los humanos también tenían sus propios sueños y no todos ellos estaban dormidos como solíamos pensar.

La manera en que salió al exterior fue abrupta, había pasado tanto tiempo en la cómoda bahía de jardín, que todo le parecía inospito y horrendo. Poco a poco se fue acostumbrando y haciendo de una naturalidad vivir con incomodidades considerables para él.  

No me perderé en algunos detalles, ni en descripciones tan minuciosas, de ser así, Faye se convertiría en algo demasiado familiar y trivial. En total diferencia a ese aspecto de entender la vida, Faye correspondía a un tipo peculiar de niño elevado que también se caía un poco y hasta deseaba desaparecer completamente en ciertas circunstancias de crisis. Alicia y Miguel le mostraban los aspectos más luminosos y los veía con desdén mientras le compartía sus recuerdos, habían compartido la infancia más tierna juntos, y recordaba su amor como lo más puro de sus primeros años en esta Tierra. Sentía desdén porque en el camino, él también había cambiado, se había deselvolvido de formas que ni Alicia ni Miguel lograban entender, porque siempre habían permanecidos aferrados a la familia del jardín, y en aquel jardín todo era colectivo, amoroso y liviano. En su mundo, en el nuevo mundo, para muchos niños con las mismas capacidades que él, pero sin el vínculo primordial que los mantenía Unidos en un centro de amor absolutamente tierno, existía un abismo y el torcido. 

Faye a veces balbuceaba sobre estos temas, generalmente en momentos en que se sentía colapsado, cuando intentaba ayudar a alguno de ellos pero era imposible intervenir a estas alturas. Sentía como se le caían las alas a pedazos, y el amor no era suficiente. Las reglas eran diferentes a todo lo que él conocía, y el torcido hacia de las suyas a cabalidad. A veces le daba la sensación de caminar entre abismos, cuando se subía al metro, o llegaba a su casa sólo. Y poco a poco la infancia que él vivió rodeada de flores y amor se convertía en un sueño hermoso, un recuerdo pasajero, a penas una leve nube que se va desaciendo en el cielo violeta.




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