jueves, 25 de julio de 2019

Cuando era un ángel

Cuando era un ángel quise aprender a volar como lo hacían los pájaros; me quedaba quieto esperando el vuelo cuando de pronto avanzaba desde un precipicio y sin caer me alzaba entre los Cielos que para todos era el mismo Cielo.

Carta a un ángel caído:

A veces los niños solían llorar demasiado, florecían tremendos y se buscaban los rostros como para encontrar respuesta; esta niña me parecía una flor distinta, y todos los niños a la ves los mismos.

Ayer te conocí y me di cuenta de lo fría que estaba siendo, tú sensibilidad me recordó a cuando llevaba las alas puestas y qué difícil es volver a ponérselas. Pero respiro lo suficiente y sabes que lo intento, y me destrozo un poco porque duele ahora como nunca. Yo volví una y otra vez, inagotable, y te confieso que cuando escondo mis alas o brutalmente me las saco para dar cara; se me cuela el halo y lleno todos los espacios, escondo mi rostro entre las manos para ser hacer silencio y aún me ven, la sonrisa como si todo fuera imaginario.

Creo que de esto no he hablado, tanto; de como me pongo las alas cuando estoy sola en mi habitación profunda, porque es un ritual mágico y eterno dónde el tiempo se vuelve miel y aprecio, aprecio tanto como siento el Mundo volcarse en un suspiro. Y bueno, me detengo frente a un espejo, y aquellos aparecen, los silencios, las luces, el Mundo azul; la arena interminable por toda la habitación, el Sol alto. En ese momento bajan, en delicada presencia, a mirarme a los ojos y la Gran puerta; en este punto las alas están rotas y un minuto se vuelve cien años intentando repararlas en gran dolor, porque duele verlas y sentirlas rotas, destrozadas. Después de un rito de purificación y cuando me ha tomado tiempo reparar y poner todas las vendas, mi piel se vuelve plata y desnuda habito una habitación en tinieblas, primero el mar oscuro, que llega en tempestad y me lleva hasta lo profundo, y así es como intentando llegar a la superficie en este Mar negro y denso llego a respirar nuevamente, y afuera con tragedia me las pongo, aquellas alas ya oscuras pero fuertes, y salgo de un salto a la superficie cálida; de pronto el desierto, el Mar desaparece y la arena lo retoma todo, la habitación completa un desierto silencioso, allí desde el cielo grito, y aquel grito llena la vida, el alma, la desolación y en el final del camino sano. Sano mis alas, sano mi alma, sano el Amor del que esta hecho el Mundo entero y deja de doler, deja de doler por unos segundos antes de aparecer nuevamente dando cara, a lo que nos dicen que no es real.

Querida amiga de lo sensible, tú dijiste que querías escribirle a los niños, están aquí; su llanto se va a hacer manantial, ellos se fueron al bosque, ellas las madres cantando batallas están.  Los hombres sienten vergüenza, sollozos, cúrense de espanto. La guerra hizo ancho a este Mundo y separo lo inseparable, alguien quería ser visto, y al verse el poder quedo, sólo, tan sólo y vacío que hirió a muchos por su dolor. Ahora el Mundo es un suspiro, ya no me retes por escribir así ni me apresures, ¿Qué niño no quiere un abrazo divino y un campo dónde correr libre y acogido? Aquí estuvieron en algún momento las colinas, dónde hoy sólo quedan piedras, los hombres salieron corriendo para buscar más, el ruedo del Mundo. Yo a él lo vi cabizbajo, él no podía entender porque nunca lo había visto, padecía carencia. padecía el Amor.  Venimos buscando y buscando, sabes que me escondo a pintar y a cantar, no me cuesta subir; quizás duele pero mi piel está rota, ¿acaso puedo vivir de esta manera; como si fuera algo natural?

Sensibilidad, sabes que las alas duelen, su sensibilidad es parte de otro Mundo, tenerlas puestas duelen a cada momento, cuando alzas el vuelo duelen más, pesan y se estiran; y te anclan la espalda como si te exigieran que abrieras los ojos para cargarlas; yo me las pongo sin pensar todo esto, me está bien sentirlas vivas y estiradas, en mi cuerpo es habitual, querer dejar el cuerpo.

Lavanda fresca, olor a anís, miel dulce; bailemos a los locos, ¿Me veis puro? ojitos de estrellas, azulosos, piececitos fríos. Decidme desde arriba algún secreto, que yo los guardo todos y los cuento bien cuando es necesario, ¡Teneis muy suave la mirada! postrado en la Tierra os juro que me habéis de mirar siempre, siempre puro. Este día ya no digas más que has sido innecesario algún momento en esta Tierra fértil, yo jugaría con ella y pasaría días enteros, y siempre vas a quedarte allí riendo, porque a la vez tú quieres y a la vez le tienes miedo; abraza los sueños, que no eran palabras; ¡Que cara pones, a veces lloras a causa de ti! siempre voy a estar viendo lo mismo que tú, Mira y mira sin gestos, sin saberlo, sin buscarlo, sobre lo divino, el puro amor y seguimiento de lo eterno. Como amando y entendiendo, ¿A ti te he querido? un sí y un no al mismo tiempo, tal vez amor.

Nos vamos juntos, andando sin prisa, como un sueño verdadero. Mirando sereno al niño y haciendo gestos al ciervo, divina bestia sin tiempo. Cada uno de nosotros la va ignorando y sabiendo. Lúcidos vuelve a los ciegos, su sangre como un yunque hace tronar los cielos, de dónde bajan los ángeles presurosos en su búsqueda y la levantan, siempre liviana. Enderezados la vemos despierta, su vertical nos retiene, nunca la alcanzamos, pero en el soñar la tenemos.

Cuando juntos somos, por amor o por misterio.




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